¿Qué te importa en la vida?

¿Cómo quieres ser?

¿Cómo te gustaría verte a ti mismo?

¿Hacia dónde quieres dirigir tu vida?

Estas son algunas preguntas que nos hacemos con más o menos frecuencia, dependiendo de cómo seamos de reflexivos sobre nuestra vida. Cuando las hago en la consulta,  es frecuente que la respuesta sea de cierta sorpresa: “pues me pillas desprevenido…” o “hace mucho que no me lo planteo…” o quizás “antes lo tenía más claro, pero ya… la vida te da tantos revolcones…”.  El ritmo de vida, las presiones y exigencias, las preocupaciones, las decisiones cotidianas… nos van alejando día a día de nuestras metas e ilusiones. De la imagen que nos hacíamos de nosotros mismos a los 15 o 20 años a la que tenemos con el paso del tiempo puede haber mucha distancia, muchas renuncias, no sólo de sueños sin cumplir, sino también de olvido de nosotros mismos, de los valores que nos pueden hacer sentir satisfechos u orgullosos. En nuestra sociedad se valora a la persona de éxito como la que destaca y consigue altas metas. Por obtener reconocimiento social y material, el precio que pagamos, en muchas ocasiones, es olvidarnos de lo que de verdad nos importa, de lo que soñábamos ser…

Plantearse estas cuestiones, es un ejercicio imprescindible para no caer en el abandono o en la resignación y creer que una cosa es lo que a uno “le gustaría ser” y otra muy distinta lo que “se puede ser”.

valoresEstamos hablando de valores personales. Pero qué entendemos por “valores”. Son elecciones que orientan nuestra dirección en la vida, cuentan la forma en que queremos vivir. Serían la brújula que marca el camino que queremos recorrer en este mundo, dirigen nuestra conducta hacia metas que nos hacen sentir coherentes y satisfechos con lo que nos importa. No son sentimientos, ni juicios de valor, ni deseos. Son acciones. No sirve de nada pensar que uno mismo es generoso si luego no es capaz de compartir algo importante con otros, o que se es responsable si no se aceptan las consecuencias de los propios actos.  Lo que habla de los valores de una persona son las cualidades de esas acciones. A través de ellas demostramos lo que de verdad nos importa en la vida, la clase de compañero/a, hijo/a, profesional, pareja, amigo/a que somos y queremos ser.

Tampoco son metas a las que llegar, aunque tener valores ayuda a conseguirlas. Así, nunca conseguiremos ser completamente solidarios, honestos, tolerantes… pero si podemos conseguir con nuestros actos, que haya más igualdad, que confíen en nosotros o resolver conflictos interpersonales. Clarificar valores es el primer paso para ponernos metas y objetivos acordes con ellos, y después, determinar las acciones concretas para alcanzarlas. Por ejemplo, si para alguien es un valor de pareja que exista confianza mutua tendrá que actuar de forma que la favorezca, compartiendo experiencias, apoyando iniciativas, mejorando la comunicación… Ser optimista tiene que concretarse mediante acciones como resaltar lo positivo de las situaciones incluso cuando son difíciles, reconocer lo bueno de las acciones de los otros, valorar alternativas constructivas frente a los problemas…

Si miramos retrospectivamente, la forma de abordar y trabajar los valores en psicología ha sido tradicionalmente escasa o secundaria, quizá debido a la dificultad para abordarlos de forma científica y objetiva. Se habla de sistemas de creencias, objetivos, intereses, motivaciones… pero no se especifica en qué consisten o en qué se diferencian.

Desde el psicoanálisis, los criterios de éxito de la terapia los pone el analista en función de su interpretación de si ha conseguido o no superar sus conflictos intrapsíquicos. Desde el enfoque cognitivo-conductual, se trata de eliminar o suprimir el sufrimiento del paciente, cambiando su sistema de creencias que es el que le produce dicho sufrimiento. Por tanto los valores de la terapia son eliminar el síntoma y los pone el terapeuta, por ejemplo reestructurar sus ideas irracionales para resolver su problema. Su abordaje es tangencial, sin hacer un trabajo de clarificación y planificación de cómo conseguirlos. Los humanistas (Rogers y Maslow) les dan importancia pero tampoco definen ningún método para trabajarlos.

En las terapias contextuales o funcionales, los valores se abordan desde la conducta y el contexto social específico donde se produce esa conducta.  Son un producto socio-verbal de la historia personal de cada individuo, es decir, de las contingencias sociales y de la derivación de funciones verbales (Wilson y Luciano, 2002) de su comunidad de referencia.

En un planteamiento funcional, los valores son aprendidos y regulados a través de las relaciones verbales que controlan la conducta humana orientada a metas y valores a largo plazo. Traduciendo a un lenguaje coloquial, aprendemos valores mediante las reglas verbales que nos transmiten desde la infancia, “debes ser generoso, por eso tienes que dejar tus juguetes a tu hermano…” que vamos interiorizando y transformando según la historia vital de cada uno.

En terapia se pretende cambiar la situación actual por otra mejor, por eso es fundamental trabajar los valores, porque motivan al cambio. Hacen que la persona se fije más en como quiere ser, que en que los síntomas desaparezcan. Son un eje que centra al individuo para mantener comportamientos que requieren un esfuerzo, en situaciones difíciles,  aunque no consiga resultados inmediatos. Dan sentido a la constancia que requiere cambiar hábitos antiguos, creencias erróneas, costumbres perjudiciales. Si alguien tiene que resolver un trastorno de alimentación, deberá enfrentarse a modificar hábitos, mitos, creencias y prejuicios sobre la comida y sobre sí mismo, y será mucho más terapéutico que lo haga porque tome contacto con la persona que le gustaría llegar a ser y cuanto se va acercando a ello,  más que porque su terapeuta o la sociedad le marquen unos criterios de salud y aceptación externos a ella.

El trabajo con valores en terapia cambia el foco de atención, de eliminar síntomas hacia conseguir una vida satisfactoria de acuerdo con los principios que la persona elije para sí misma. Por ejemplo, se puede entrenar a una persona para que consiga hablar en público, salir sola a la calle, defender opiniones… porque eso le acerca más a su valor de ser independiente y autónomo, sin por eso eliminar la ansiedad o la angustia que le produce, sino ayudarle a que los acepte como un malestar transitorio de su vida actual. Lo que importa es lo que nos decimos a nosotros mismos y lo que contamos a los demás con nuestros hechos.

Para concluir, lo que hacemos habla de quienes somos, de lo que en realidad valoramos en la vida. Por eso es importante mantener la coherencia entre lo que hacemos y lo que queremos llegar a ser. Cómo decía Aristóteles:

«No actuamos correctamente porque tenemos virtud o excelencia, sino que las tenemos porque hemos actuado correctamente.» -Aristóteles.

4 Comentarios

  1. […] Gestionar nuestro tiempo y nuestra energía según nuestros valores. […]

  2. […] a la que tenemos acceso en el mismo es de gran relevancia a la hora de establecer nuestros propios valores y […]

  3. […] necesario que desde casa y desde la escuela se trabaje de manera coordinada para educar en valores y favorecer la aceptación de todos los compañeros. Es cuando somos pequeños cuando se establecen […]

  4. […] necesario que desde casa y desde la escuela se trabaje de manera coordinada para educar en valores y favorecer la aceptación de todos los compañeros. Es cuando somos pequeños cuando se establecen […]

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *