“No hay mayor preso que el que duda entre dos puertas abiertas”. -Benjamín Pardo.

Cuántas veces nos hemos dicho a nosotros mismos que “esto era lo mejor”, convenciéndonos de nuestra decisión. Y cuántas veces, un tiempo después, nos hemos dado cuenta, por iniciativa propia, o porque la vida te coloca donde te coloca, de que nos habíamos auto-engañado. Sí, lo hicimos por las circunstancias del momento: porque no estábamos preparados para que fuera de otra manera. Pero tomamos esa decisión.

En otras ocasiones, no se trata de decisiones equivocadas, sino de decisiones no tomadas. Decisiones no tomadas que pasan a ser en sí mismas una decisión.

No decidir también es una decisión.

Perder oportunidades supone un problema que en muchas ocasiones se puede producir de manera repetida lo largo de nuestra vida. Pero, ¿qué es lo que nos lleva a actuar de esta manera?

Como en muchos otros aspectos de la vida, hay una gran cantidad de variables que influyen en esta cuestión. Sin dejar de tener presente nuestra historia personal de aprendizaje como aspecto condicionante primordial, vamos a pasar a hacer un análisis de los aspectos más comunes que influyen en porqué nos cuesta tomar decisiones difíciles.

Como seres verbales, tenemos la capacidad de anticiparnos a las consecuencias que van a tener nuestros actos. A pesar de que esto trae consigo innumerables ventajas, también puede convertirse en un arma de doble filo: la eterna espiral del análisis anticipado. Estar pensando en los beneficios o costes que va a tener una decisión, puede ser bueno y necesario en un primer momento, pero dilatar en exceso esa fase, supone quedarnos paralizados en la inacción, lo que es contrario a elegir y actuar en consecuencia.

miedoequivocarnosY…¿por qué dilatamos la fase de análisis? Entre otras cosas, porque en muchas ocasiones buscamos tener garantías en nuestra elección, algo que no siempre es accesible. Cuando nos enfrentemos a la tarea de escoger, vamos a tener que aceptar cierto nivel de incertidumbre. Es precisamente nuestra necesidad de control la que dificulta nuestro paso a la acción, en tanto que vamos a querer evitar a toda costa estar en contacto con la sensación de inseguridad y de no certeza acerca de si se trata de la decisión adecuada.  No suele ser hasta que hemos tomado la decisión cuando tenemos el convencimiento de que se trataba de la elección correcta.

Un error en el que podemos caer es no tener presente las ganancias de nuestra elección. Dirigir nuestra mirada hacia lo que dejamos atrás, casi de manera exclusiva, es una trampa que puede inducirnos a pensar o sentir que nos equivocamos. Cuando, tras barajar varias opciones, nos decantamos por una, lo solemos hacer porque hemos divisado algún tipo de beneficio para nosotros, y esto es algo que no hay que dejar de tener presente.

En otras ocasiones, lo que sentimos al tener que elegir entre dos caminos puede nublar nuestros objetivos. El miedo a perder, a equivocarnos, a fallar….nos condiciona en gran parte de las ocasiones y, sin darnos cuenta, nuestro análisis acaba sesgado. Acabamos minimizando el valor de la opción que previamente nos había parecido más válida en favor de no tener que pasar por el mal trago. O lo que es lo mismo, para evitar entrar en contacto con determinados pensamientos, recuerdos, sentimientos o imágenes (o como diríamos los psicólogos, nuestros eventos privados)  que nos hacen sufrir.

No obstante, en realidad elegir también es perder, en tanto que una de las opciones va a dejar de estar presente. Y, naturalmente, siempre que hay una pérdida podemos llegar a sentirnos mal, un estado que también forma parte de nuestro día a día y de nuestra condición como humanos, a pesar de nuestros esfuerzos por evitarlo.

La cultura del momento, esencialmente positivista y perseguidora de alcanzar a toda costa la felicidad, fomenta y mantiene la extendida idea del rechazo al malestar y al dolor. Somos bombardeados desde todas partes con mensajes en forma de verdades absolutas acerca de cómo debemos enfrentar los conflictos cotidianos, las penas, los dolores, las encrucijadas de la vida y nuestros momentos de crisis vital. Estos mensajes pueden llegar a cumplir la función de normas verbales y, por tanto, ser nuestra guía a la hora de comportarnos. Seguir estas normas podría llegar a ser algo disfuncional cuando lo que se promulga es la no aceptación de las emociones negativas.

Las emociones están presentes en todas las áreas de nuestra vida. Pese a nuestro esfuerzo por dejarlas de lado, las emociones también están presentes en la toma de decisiones. Y, frente a lo que comúnmente podemos pensar, las emociones aportan una información imprescindible que debemos atender si queremos hacer una elección siendo totalmente conscientes de ella y de lo que va a suponer. No obstante, esto no significa que debamos atender exclusivamente a “lo que nos dicen nuestras emociones”. Como se ha dicho, en muchas ocasiones es precisamente el valor que han adquirido las emociones en nuestra historia lo que puede hacernos tomar decisiones equivocadas.

miedoequivocarnos3Por otro lado, la opinión de los demás no deja de tener su peso en esta ecuación.  Algunos de nosotros somos especialmente sensibles a lo que puedan pensar el resto, algo que puede tornar nuestra decisión a favor de conseguir su aprobación. De especial importancia para la formación de un buen autoconcepto es tratar de decidir basándonos en nuestra elección personal, sin tener la necesidad de complacer a los demás. No obstante, no cabe duda de lo difícil que puede resultar a veces no caer en este desacierto.

A la hora de tomar una decisión podemos elegir cómo hacerlo, es decir, cuál es la manera más adecuada de elegir, minimizando al máximo posible el coste personal que vaya a tener. No obstante, estar dispuesto a tomar una decisión es una cuestión de todo o nada, no se puede alterar su naturaleza y “tomar una decisión a medias”. Elegir un camino, a veces, va a suponer estar dispuesto a pasar algo de vértigo, a fin de conseguir lo que es valioso para nosotros.

En cualquier caso, como decía un profesor mío, “siempre es mejor tomar un camino, que ir a la deriva”.

 

Autoría original del artículo: Marina Bazaga Santorio, Psicóloga General Sanitaria.

2 Comentarios

  1. Carmen dice:

    Me ha encantado el artículo! y puestos a tomar una decisión… pues prefiero estar bien a estar mal! 😉
    Enhorabuena!!

    • Marina Bazaga dice:

      Muchas gracias Carmen, nos alegra mucho que te haya gustado. Es cierto que todos preferimos tomar una decisión y estar bien. Esto es posible muchas veces, afortunadamente. A pesar de eso, cuando a veces ninguna de las opciones es del todo como nos gustaría, no hay que dejar de tener presente que quedarnos detenidos puede tener consecuencias más negativas que atrevernos a tomar un camino. ¡Muchas gracias por tu participación!

Responder a Marina Bazaga Cancelar la respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *