La resiliencia hace referencia a la capacidad de los seres humanos para hacer frente y adaptarse a las situaciones adversas y/o traumáticas saliendo reforzados de ellas. Este constructo se desarrolló a partir del campo de la física, donde se utilizaba para definir las cualidades de ciertos materiales para resistir diferentes presiones, como la elasticidad o la capacidad de absorber golpes externos y volver a recuperar su forma inicial. Se utilizó en psicología por primera vez en 1978, desde entonces se ha estudiado durante décadas y se ha desarrollado mucha literatura al respecto. Hoy en día está de moda y se incluye en los manuales de autoayuda que venden remedios fáciles y rápidos para ser felices pase lo que pase. Por eso me parece interesante reflexionar desde aquí, de qué hablan los estudios y aportar nuestro punto de vista para clarificar algunos conceptos.
En primer lugar, existe confusión en la literatura en la utilización del término. Cuando se habla de resiliencia ¿a qué hace referencia?: ¿Es un proceso o un resultado? ¿Es una cualidad o un atributo inherente a las personas que está latente hasta que la activa un suceso? ¿Es una respuesta adaptativa ante lo adverso que se construye durante el desarrollo? ¿Es consecuencia de la interacción entre el individuo y su ambiente? Esta confusión se produce al utilizar lenguaje ordinario para definir fenómenos psicológicos que no son demostrables, como sucede con tantos otros términos como “personalidad” “inteligencia” “autoestima” “inteligencia emocional”… Se mezclan conceptos como competencias, habilidades, capacidades… cuando científicamente son muy distintas y se fabrican constructos que dan lugar a un sin fin de especulaciones circulares: “¿soy resiliente porque supero un trauma o supero un trauma porque soy resiliente?” No es una característica de la persona como ser rubio o moreno, ni está localizada en parte alguna del organismo, ni siquiera se parece a atributos del “carácter” como ser alegre u optimista, pues en los análisis de los factores que componen la resiliencia se incluyen tanto atributos individuales (ser optimista, empatía, estrategias de afrontamiento, autocontrol, sentido del humor ) como condiciones sociales (tener apoyo externo,) o condiciones familiares.
Lo malo de utilizar estos constructos que se ponen de moda en psicología, es que cualquiera puede darles la interpretación que mejor convenga en cada momento, pero eso no ayuda a las personas a entender porqué unas personas son más fuertes que otras, es más, puede generar la idea de que si no eres resiliente no serás capaz de superar problemas difíciles y que la vida “te puede tumbar” con la consiguiente carga de culpa que esto produce. Hoy día se nos bombardea con mensajes individualistas del tipo: “si no eres optimista te puedes convertir en una persona tóxica” o “si tus problemas te angustian, no eres fuerte ni resiliente» como si todo dependiera del individuo, como si no viviésemos en constante interacción con lo que nos rodea. Se nos responsabiliza de que nos deprimamos si nos despiden, si se nos rompe la pareja o si enferma un ser querido, se espera que mantengamos la sonrisa intacta y que nada nos haga mella.
Después de reflexionar sobre diversos estudios parece que las distintas definiciones de resiliencia tienen tres aspectos comunes: la adversidad (ya sea trauma o sucesos estresantes) el proceso y la adaptación positiva que mejora la calidad de las respuestas de la persona resiliente. Está claro que existen diferencias entre las personas a la hora de soportar el dolor –físico o psicológico- de sufrir incertidumbres y amenazas o de mantener el ánimo en situaciones extremas. Pero creo que es más útil estudiar qué competencias se requieren para pasar por esas circunstancias, que buscar un constructo nuevo que explique todas ellas. Cada uno de nosotros tenemos distintas formas de enfrentar la adversidad y la psicología científica identifica sobradamente las habilidades que sirven para resolver problemas, tomar decisiones, relacionarnos con éxito con los demás y actuar de acuerdo a nuestros valores importantes en la vida. Es en esos procesos, donde mejor podemos incidir para mejorar nuestras respuestas, favorecer el cambio en la manera de afrontar los conflictos y sentirnos satisfechos de nuestro comportamiento, sea cual sea el resultado del esfuerzo.
Por tanto, mientras no exista una mayor claridad conceptual del término, con estudios fiables que avalen su utilidad a nivel explicativo y se puedan identificar y aislar sus componentes, la palabra resiliencia no nos sirve para explicar o predecir la conducta. Se queda solo en otra “palabra psicológica” de moda que nos puede hacer sentir débiles cuando no sabemos como seguir adelante. Lo que sí está comprobado es que tener las habilidades mencionadas, más una red de apoyo social sana, nos acerca a sentirnos fuertes y capaces de enfrentar los problemas de la vida. Los humanos somos animales gregarios, sociales y la manada es fuente de problemas pero también de apoyo y soluciones. Cuando somos capaces de cooperar y unirnos con los mismos objetivos, somos fuertes, casi imbatibles. Si compartimos y aceptamos las diferencias, somos más resistentes que si nos aislamos y quizá esto sea lo que más debemos cuidar.
Os dejo un ejemplo en este video que, aunque es largo, es una delicia de aceptación y cuidados de “lo diferente”