Ser padre o madre es probablemente una de las cosas más maravillosas de la vida, pero a veces, también puede ser de las más complicadas. Por muy preparado e implicado que se esté como padre resulta imposible proteger o saber resolver todo tipo de situaciones difíciles y problemas en las que se puedan ver envueltos nuestros hijos. Aún así es natural querer ayudarlos de la mejor manera posible y en ese camino hay muchas cosas que pueden hacerse. Tener buena información es una de ellas y aunque es cierto que hoy día contamos con muchísima literatura disponible en la red a menudo puede resultar confusa, contradictoria y poco clara.
El propósito de esta entrada es tratar de orientar lo mejor posible a aquellos padres o tutores que tengáis dudas acerca de si vuestros hijos pueden estar teniendo un problema de la conducta alimentaria (también conocido como (TCA), es decir, un trastorno alimentario.
Aunque pueden darse en cualquier edad, suelen tener lugar en la adolescencia, y suele darse mucho más en mujeres que en hombres, (aunque últimamente está creciendo el número de chicos). Están en un periodo vital de cambio, de búsqueda y de adaptación a la vida adulta, para la que a veces resulta complicado estar preparado. Las relaciones entre iguales cobran una importancia vital para ellos: ser aceptados por los demás, hábiles, competentes y por supuesto, atractivos. Se trata de un momento clave de la construcción de su identidad, en el que extraen información de sus experiencias y sus valores para definir quiénes son y cómo van a comportarse conforme a esto, donde además van a enfrentarse a situaciones nuevas, desarrollando nuevos roles, con más o menos dificultad. Y es en ese camino de curvas donde el viaje puede complicarse más de lo previsto. Puede llegar un día en que vosotros, los padres, que veláis por su bienestar y acompañais en su proceso de desarrollo, sintáis que algo no está yendo bien, que hay cosas que están ocurriendo que os alarman. Si esto ocurre lo correcto es consultar y analizar qué está pasando para así darle el valor que le corresponde.
Toda conducta tenemos que contextualizarla para poder llegar a entenderla bien. Comer mucho o poco, preocuparse por el peso, por la imagen,… no tienen porqué ser en sí un problema. Si una chica está cansada, realiza muchas actividades y ejercicio, está en una edad en la que quiere gustar… no sería descabellado entender como “normal” que tenga apetito y que se preocupe por su imagen. Sin embargo, si estas conductas empiezan a generar sufrimiento, a incrementarse y adquirir una frecuencia llamativa, a cobrar una importancia central en su vida, a angustiar, a llevarse a cabo como fórmula de gestión de casi todo lo que le ocurre, y por supuesto, si comienzan a poner en riesgo su salud, estamos ante un problema.
Como podéis ver se trata de una espiral. Una serie de secuencias de conducta que se enganchan unas a otras y de donde ellas solas no saben salir. Y a veces no quieren, por miedo.
También puede ocurrir que ese “hacerlo todo yo” responde a la creencia de que “así las cosas se hacen bien”, como una muestra conductual de ese estilo perfeccionista y de necesidad de control.
Lo que ha cambiado es la relación funcional que la persona tiene con la comida. A partir de sus experiencias y aprendizajes diversos, (de su historia interconductual) esa función ha quedado transformada adquiriendo un valor completamente distinto. Es decir, la chica que había aprendido a comer como hábito para nutrirse ahora puede estar haciéndolo como un intento de gestionar ansiedad y sentirse más calmada. O puede que para tener sensación de control y sentirse segura decida no comer, y convertir esa conducta en algo reforzante para ella.
¿Por qué la comida? En un mundo donde el control que tenemos sobre las cosas es más bien poco, y en la situación concreta de un/a adolescente donde las emociones son tan intensas y las situaciones y relaciones a veces tan complicadas, la comida resulta un recurso fácil al que acudir. Es accesible, es controlable y se ponen objetivos que sí sienten cumplir adecuadamente (lo cual resulta muy reforzante).
Esto que parece tan extraño se trata de un intento de adaptación al medio concreto que rodea a la persona, de hacer frente a una posible falta de habilidades, competencias, cúmulo de situaciones adversas y dificultades que atraviesa. Sin embargo, a la larga resulta desadaptativo y muy dañino para la salud física y psicológica de la persona.
Me parece importante recalcar que los trastornos de la conducta alimentaria no son enfermedades, a pesar de que así es como han sido definidos tradicionalmente y en la actualidad por gran parte de la literatura existente y sus profesionales. Los trastornos alimentarios son problemas psicológicos y deben ser abordados como tal y de manera adecuada. Si bien es cierto que son problemas muy particulares y complejos, y que tienen un impacto directo sobre el cuerpo y su salud ,pudiendo llegar a ser muy peligrosos, incluso mortales. Por ello suele ser adecuado abordarlos desde diferentes campos (con la ayuda del psicólogo, médico, endocrino,…).
Hay ciertas variables, que nosotros denominamos disposicionales, que sin causar la conducta problema van a predisponerle ante ciertos contextos. Algunas de las variables psicológicas importantes, que van a conformar su estilo psicológico aprendido, van a ser el perfeccionismo, la rigidez psicológica (falta de flexibilidad), gran autoexigencia, baja autoestima, y muy importante, gran necesidad de control.
Otras variables relevantes que van a disponer la conducta son los modelos. Si en casa hay antecedentes de familiares con problemas de la conducta alimentaria, o se ha mostrado una fuerte atención y preocupación sobre la imagen y belleza, la delgadez, la imagen hacia los demás y la necesidad de quedar bien y aparentar, si hay costumbre de hacer dieta,…
Los valores que se han promocionado en su educación, si se ha ejercido un gran control, o se ha sobreprotegido al hijo/a. Si se han impuesto normas muy rígidas, se ha exigido mucho y se quizá se ha reforzado poco cuando no se ha alcanzado altos niveles de excelencia (en notas de la escuela, en comportamiento, etc).
Como decía, estas variables favorecen y dejan en una posición más vulnerable a nuestras hijas de cara a presentar un TCA pero en ningún momento lo causan.
No hay una sola causa para este tipo de problema. Más bien es un problema multicausal, un cúmulo de variables en interacción que juntas probabilizan y precipitan la conducta. Hay situaciones, conductas que podemos clasificar como de alto riesgo con una historia de aprendizaje de las características que hemos hablado ya. La más importante y de más riesgo es HACER DIETA. Es aquí cuando la conducta de comer y de adelgazar cobran una importancia que antes no tenían. Nuestras hijas no deberían hacer dietas y en caso de ser necesario y estar justificado, nunca hacerlas sin control.
El 90% de los trastornos alimentarios comienzan por una dieta.
Hay otras situaciones que también suponen alto riesgo como practicar actividades de competición (como deporte de competición, concursos,…).
Situaciones en las que experimentan una pérdida muy rápida de peso, como puede ser tras una gastroenteritis u otra enfermedad. Esto es susceptible de ser reforzado (sin esa intención) por otras personas a modo de “qué bien te veo, ¿ has adelgazado?”
Como padres este punto es verdaderamente difícil. Es natural sentir miedo y angustia por nuestras hijas pero es importante mantener la calma en la medida de lo posible y tratar de normalizar hasta donde nos veamos capaces. Siendo conscientes del problema que está teniendo lugar pero también siendo conscientes de que con la ayuda adecuada y trabajo la persona puede resolver bien todo esto.
Una de las claves para abordar este problema de la mejor manera posible es mostrar una actitud empática y de comprensión. Es verdad que puede resultar complicado en este momento pero es importante que sepa que puede contar con nosotros, que no vamos a juzgar sino a tratar de ayudarle. Que comprenda que nuestra ayuda y apoyo es incondicional. Ya sabemos que no se trata de “una actitud caprichosa” sino que realmente, en este momento no pueden hacerlo de otra manera.
Es bueno tratar de hablar con él/ella sugiriendo y facilitando la ayuda pero sin tratar de “decirle lo que tiene que hacer”, imponerle, con cariño. Sin entrar a discutir. Su salud no es cuestionable y como padres estáis velando por él/ella.
Es posible que, y a pesar de nuestros esfuerzos, su actitud sea de negar su situación y el problema. Es conveniente que no tomemos esta actitud como algo personal, “de pasota” sino que muy probablemente sea una muestra más del problema que tiene, del miedo que tiene. Debemos insistir y pedir ayuda.
Puede ser muy útil acudir a un/a psicólogo/a para que nos ayude a enfocar esta situación mejor y ver la manera de poder ayudarle para que finalmente que pueda acudir a terapia psicológica.
Desde Nexo os ofrecemos nuestra ayuda para todo lo que podáis necesitar al respecto, tanto consejo y apoyo en esta situación tan delicada como para la consiguiente intervención psicológica.
Sara Villoria García – Psicóloga.
Andrés, V., Bas, F. Trastornos de Alimentación en nuestros hijos. Educación y Familia. Guía para Padres.