«Yo soy yo y mi circunstancia; y si no la salvo a ella no me salvo yo”.- Ortega y Gasset.
Si empezáramos a leer un libro por sus últimas páginas o comenzando por el final, en vez de desde el principio, seguramente nos costaría entender bien qué ha sucedido. Nos sería más complicado asimilar el fondo de su entramado. A pesar de que intentaríamos sacar conclusiones que pudieran explicar el argumento de la historia, cometeríamos bastantes errores interpretativos. Esto sucederería, lógicamente, debido a que nos faltan datos. Es el modo en el que se desarrolla la historia de los personajes el que nos permite entender por qué han actuado como lo han hecho y qué ha podido determinar su conducta.
Si dejamos la ficción a un lado y volvemos a la vida real, lo cierto es que sucede de la misma manera. Para poder entender por qué una persona actúa, piensa o siente del modo en que lo hace, en ocasiones hace falta echar un vistazo atrás, a su Historia de Aprendizaje. Y es que, como seres humanos, venimos al mundo “preparados” (aunque poco) para experimentar toda una serie de experiencias que nos irán moldeando y probabilizando el modo en el que nos comportaremos en el presente y en el futuro.
Hablamos de Historia de Aprendizaje para referirnos, como decía Kantor (1978), a la historia de todas las interacciones aprendidas, a través de la experiencia de cada persona en su entorno.
La Historia Aprendizaje de cada persona es única e individual, y se conforma en el día a día de la persona, en su interacción con el entorno.
Ya lo hemos comentado en otras ocasiones en este blog: la conducta no se da de manera aislada sino que, como sujetos, estamos ubicados en un contexto con el que nos relacionamos e interactuamos. Por tanto, para entender a una persona (y su conducta) es necesario conocer las circunstancias en las que se encuentra y, más aún, a las que estuvo expuesto en su pasado.
Desde que nacemos, vamos pasando por multitud de experiencias que nos permiten aprender diferentes formas de responder en nuestro día a día. Maneras de movernos por el entorno que, en la medida en que nos sean funcionales, iremos integrando. Algunas pudieron aprenderse en un pasado remoto y mantenerse en la actualidad debido a su automatización, tras su repetición a lo largo del tiempo, a pesar de que no nos sean útiles en el presente.
Lo que somos hoy en día es fruto, en gran parte, de lo que hemos vivido, de las experiencias que nos han recorrido. Algunas tendrán más peso que otras. Algunas nos atraviesan de tal manera que “nos dejan huella”, pudiendo marcar un punto de inflexión en nuestro modo de comportarnos desde ese momento en adelante. También ciertas experiencias pueden llegar a cambiarnos estructural y funcionalmente. Por ejemplo: estar expuestos de manera prolongada a situaciones de estrés físico y emocional que no sepamos manejar adecuadamente, puede acabar modificando nuestro nivel basal de activación, haciéndonos más vulnerables a padecer trastornos psicofisiológicos.
En este camino de numerosas interacciones sujeto-entorno se van conformando:
En definitiva, se van conformando los “ladrillos” que nos hacen ser quienes somos. Es nuestra manera de actuar, de manera repetida y más o menos estable a lo largo del tiempo, la que nos acaba constituyendo.
Como si de una espiral se tratase, lo que hemos vivido forma parte de nosotros y será la base disposicional sobre la que se construyan aprendizajes posteriores. De este modo, cada individuo lleva su historia consigo y estará presente en cada interacción posterior, sea ésta novedosa o conocida. Siendo así, cada interacción estará afectada por la experiencia anterior, por las competencias que ha ido generando, los motivos, los estilos…
Por ejemplo, un historial de experiencias amorosas en las que el resultado ha sido sufrimiento y malestar puede probabilizar el aprendizaje de creencias en torno a que “el amor es sufrimiento y no merece la pena” y, en consecuencia, la persona puede acabar evitando establecer relaciones de pareja en un futuro.
La infancia y la adolescencia se consideran momentos evolutivos de suma relevancia en la medida en la que se están asentando los primeros aprendizajes. La exposición repetida a un tipo determinado de estimulación puede acabar fraguando estilos psicológicos que pueden llegar a ser disfuncionales en un futuro o estar en la base del desarrollo de problemas psicológicos. Por ejemplo, crecer en entornos altamente normativos, con pautas de refuerzo y castigo muy laxas, donde la indecisión e incertidumbre es constante y donde hay sobreprotección y autoexigencia, pueden fraguar un estilo psicológico obsesivo que, en interacción con determinadas circunstancias, puede acabar en la base de problemas psicológicos como los trastornos de alimentación, por ejemplo.
A pesar de que nuestra Historia de Aprendizaje probabiliza en gran parte que actuemos de una determinada manera en nuestro entorno, no es determinante. En la medida en que nuestra manera de responder es aprendida, es modificable, siempre que estemos abiertos al cambio.
No obstante, es cierto que cuanto más consolidados estén determinados comportamientos (ciertos modos de pensar, sentir, actuar y reaccionar), más difícil será cambiarlos.
Como psicólogos, tenemos muy presente el valor que la Historia de Aprendizaje aporta al entramado de variables que probabilizan, de un modo u otro, el comportamiento de una persona en una situación determinada y utilizamos esta información tanto para llevar a cabo un análisis individual del caso (con su posterior plan de intervención individual), como para explicarle al propio sujeto de qué manera afecta disposicionalmente al “problema” por el que demanda ayuda.
Más allá de la consulta, nos resulta sumamente importante su valor en la medida en que (a todos) puede hacernos entender mejor a las personas que nos rodean. No obstante, no hay que olvidar que poder entender la historia que lleva a alguien a ser quien es no implica necesariamente que compartamos su modo de actuar ni que tengamos que tolerarlo indiscriminadamente. La Historia de Aprendizaje puede explicar la conducta, no justificarla.
Como seres humanos, tenemos capacidad de actuación sobre nuestro entorno. Es una realidad que podemos enfrentarnos a la parte ‘no controlable de la vida’ de una manera u otra, utilizando a nuestro favor aquella que sí está bajo nuestro control: nuestra conducta.
A mi, personalmente, me gusta decirlo así: se es fruto de la propia historia pero, cada día, podemos moldear nuestro final.- M.
Kantor, J.R. (1978). Psicología Interconductual. Un ejemplo de construcción científica sistemática. México: Trillas.
Segura, M., Sánchez, P. y Barbado, P. (1995): Análisis funcional de la conducta: un modelo explicativo. Universidad de Granada.
Autoría original del artículo: Marina Bazaga Santorio, Psicóloga General Sanitaria.