Uno de los problemas que más preocupan en nuestra sociedad, rica y avanzada, es el de la soledad. Cada vez hay más personas que se sienten aisladas y profundamente solas, pero también crece el número de personas que elijen vivir solas, sin sentirse abandonadas ni rechazadas.

Hay muchos tipos de soledad, diversas maneras de estar o sentirse solos. En esta entrada no pretendo tratar la soledad no elegida, la que produce el aislamiento de las personas mayores o de los marginados, de los rechazados por el amor de su pareja, o de los que se sienten solos estando rodeados de gente aunque sean de su propia familia, estos serán objeto de futuras reflexiones. Mi intención es plantear algunas cuestiones sobre las nuevas formas de relacionarnos y la soledad como una opción vital satisfactoria.

La soledad no es sinónimo de aislamiento y no tiene porqué tener consecuencias negativas necesariamente. Los creadores, artistas, escritores etc, necesitan de la soledad para producir sus obras. Estar solos nos da la oportunidad de conectar con nosotros mismos, de evadirnos de las presiones sociales, del ruido, de las expectativas de los demás, ayuda a contactar con nuestros valores para ser coherentes con lo que de verdad nos importa en la vida.

Sin embargo, tener pareja y formar una familia sigue siendo el modelo de referencia de normalidad. Según demuestran algunos estudios, el matrimonio es un escudo que protege de la soledad, pero las relaciones sentimentales han cambiado y continúan transformándose constantemente. Los tipos de parejas ahora son muy diversos, existen parejas homosexuales, parejas que no cohabitan, familias monoparentales, personas solas que tienen relaciones esporádicamente… y todos se van aceptando con más o menos naturalidad dependiendo de los prejuicios sociales que predominen.

Así, los vínculos amorosos se foto3han vuelto más complejos. Desde que las mujeres hemos adquirido cada vez más autonomía, las separaciones y divorcios han aumentado considerablemente, ya no es necesario “quedarse” en una relación dañina o que no nos hace felices. Parece que las relaciones entre hombres y mujeres oscilan entre el deseo de independencia y la necesidad de amor. La autonomía económica, profesional y sexual de la mujer en las últimas décadas, ha conseguido que ya no tengamos que sacrificar nuestras necesidades a cambio de no estar solas, aunque todavía pesa mucho la imagen social.

En consulta es frecuente encontrarnos el miedo a la soledad, tanto en hombres como en mujeres. Asusta no ser capaz de mantener una relación duradera influidos por el juicio social de que vivir solo, supone un fracaso emocional o una carencia afectiva que indica alguna tara, a los hombres solitarios se suele etiquetar de misántropos y a las mujeres de que algo de “brujas” tienen que tener. En cualquier caso, estar solo lleva aparejado muchas veces, un sentimiento de culpa por ser diferente, por que “algo malo tengo yo si estoy solo/a”. Creo que los terapeutas debemos valorar si lo más funcional y adaptativo en ciertos casos, sería promover la aceptación del hecho de estar solos como algo natural en un momento determinado de la vida, enseñar a enriquecer esa soledad aprendiendo a cuidarse y a valorar ese espacio, en lugar de presionar para que busquen actividades sin cesar y así escapar del miedo al vacío que se quiere evitar a toda costa. Este miedo, es en gran parte, consecuencia de que no hemos aprendido a manejar la soledad como algo natural en muchas etapas vitales.

Pero lo cierto es que a lo largo de la vida es normal que estemos solos en ciertos periodos de tiempo, bien porque se terminan relaciones, o porque se inician otras sin el objetivo de vivir juntos, porque perdemos personas o porque las circunstancias nos llevan a vivir solos. Si no hemos aprendido a estar a gusto en soledad y rechazamos esa posibilidad, el miedo puede hacer que busquemos a toda costa compañía y por evitarlo sacrifiquemos aspectos importantes de nosotros mismos, sin los que no nos podremos sentir satisfechos. Además, puede resultar mucho más dura la soledad que se experimenta estando en una pareja frustrante. Tener una pareja no conjura la soledad.

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En toda Europa se ha producido un incremento significativo de las personas que viven solas en las grandes ciudades,  Alemania, Francia y Reino Unido son los que tienen un mayor número de solitarios. La distribución por sexo es mayor entre los hombres hasta los 50 años, a partir de ahí aumenta el número de mujeres que viven solas. Parece que se debe a que en la mayoría de los divorcios es la mujer la que se queda con la custodia de los hijos hasta que son mayores de edad y se independizan, además de que la esperanza de vida de la mujer es mayor que la del hombre. En el futuro, según parece que evoluciona nuestra sociedad, es muy probable que las generaciones próximas pasen más tiempo en soledad por distintos factores:

  • las redes sociales nos hacen creer que tenemos cientos de amigos pero no son reales, no están cuando se les necesita, en la mayoría de los casos no los llegamos ni a conocer físicamente
  • los valores socialmente reforzados son el éxito y la productividad, que son valores individualistas y promueven la competitividad más que la cooperación y los afectos.
  • las mujeres damos cada vez más importancia al desarrollo profesional y elegimos edades más tardías para formar una familia.
  • han aparecido los “singles”, personas que eligen dar prioridad a su espacio de libertad e independencia mejor que vivir en pareja.
  • El poco tiempo disponible para el ocio, después de largas jornadas de trabajo llegan los fines de semana, donde no es fácil coincidir en tiempo y necesidades con los amigos de toda la vida.

Hoy la pareja, ya no es la única ni siquiera la mejor fuente de vinculación afectiva, los amigos, los grupos donde se comparten actividades, los colectivos solidarios, construyen lazos emocionales satisfactorios para muchas personas y son suficiente para sentir que tienen una vida placentera sin que sean un sustituto de la pareja, si no una opción diferente de establecer relaciones y satisfacer la necesidad evolutiva de compañía

El espacio de soledad individual es distinto para cada uno, pero necesario para todos. Aún conviviendo en familia es sano tener tiempo para aislarse de las demandas de los demás, poder reflexionar o simplemente estar a solas con uno mismo. Es nuestra parte privada que no tenemos porqué compartir con nadie y respetarlo en mí y en otros es quererse y cuidarse.

Pero es un lujo que no es siempre accesible, a veces buscamos retiros, balnearios, conventos, para conseguir ese tiempo, porque echamos en falta la calma, los sentimientos interiores, la meditación. Alimentar el miedo a la soledad nos hace más vulnerables a seguir en la actividad frenética sin elegir lo que de verdad nos interesa, y mantener la superficialidad de lo que hacemos. La soledad también permite la libertad y el espíritu crítico.

Sé que aprender a estar solo es exigente, supone estar dispuesto a enfrentarse a los propios límites, miedos, inseguridades… pero también es la mejor manera de aceptarnos y crecer. Puede ser un regalo que nos demos a nosotros mismos.

 

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