Somos una especie que ha colonizado prácticamente todos los ecosistemas del planeta desde que hace unos 100.000 años saliera de África. En este viaje, el miedo, la capacidad del organismo de prepararse rápidamente para luchar o huir ante las situaciones que ponen en peligro la vida, debió estar muy presente. Un recurso biológico inestimable dada la cantidad de amenazas a las que hubo de enfrentarse el ser humano en su aventura. En un medio ambiente que cambiaba cada pocas generaciones, en un continuo esfuerzo adaptativo a lo desconocido.
Ahora bien, teniendo en cuenta la velocidad a la que se producen los cambios genéticos, es impensable que nuestros ancestros dispusieran de respuestas de miedo biológicamente preparadas para todas las amenazas a las que se han ido enfrentando en su rápida expansión por La Tierra. Ello hace que el aprendizaje de la respuesta de miedo ante nuevos estímulos haya tenido una importancia especial para la supervivencia de nuestra especie.
Ansiedad es precisamente el nombre que damos en Psicología a la respuesta de miedo cuando es aprendida. Por ejemplo, no necesitamos adquirir dicha reacción emocional ante la mordedura de un perro a partir de la experiencia . Es una respuesta ante un estímulo que no necesitamos aprender, nacemos con ella ya «instalada». Sin embargo, la emoción que experimentamos al día siguiente cuando vemos un perro por la calle es lo que nombramos como ansiedad, una respuesta adquirida tras la experiencia de la mordedura.
Aunque la palabra ansiedad está asociada a algo negativo, lo cierto es que tiene un gran valor adaptativo, especialmente en entornos físicamente peligrosos. Es decir, la capacidad que tenemos todos los animales de aprender a responder con ansiedad, nos ha permitido protegernos y sobrevivir, ya que prepara al organismo para responder con prontitud ante una posible amenaza dada nuestra historia de condicionamiento, nuestras experiencias.
Sin embargo, este modo de aprender respuestas de miedo se quedó corta para nuestros ancestros. Necesitábamos un mecanismo más rápido para aprender a reaccionar ante lo que podía amenazar nuestra integridad física. Un procedimiento que no dependiera de que los todos miembros del grupo experimentaran cada una de las situaciones peligrosas. La solución la encontramos en el medio artificial que llamamos cultura, creado mediante el lenguaje, y que debió servir, entre otras cosas, a tal fin. La transferencia de funciones, propia del lenguaje humano, hizo posible que no fuera necesario que todos los miembros del grupo experimentaran de modo directo las consecuencias dañinas de los estímulos para que estuvieran precavidos ante ellos. Esto no significa que las experiencias directas perdieran ni importancia ni valor adaptativo. El apredizaje verbal no anula necesariamente los demás ni les resta valía. Aprender por experiencia directa siguió siendo importante, como lo es hoy día, de hecho, el aprendizaje operante es precisamente el responsable de que aprendamos a comportarnos verbalmente.
Hasta donde sabemos, la transformación de las funciones de estímulo es una de las principales características del comportamiento que llamamos lenguaje. Esto significa que un evento que inicialmente no tiene propiedades psicológicas, adquiere dichas funciones a través del lenguaje y, por tanto, acaba teniendo la facultad de provocar una respuesta, como la ansiedad.
Así, una seta (su color, forma, olor, sabor,…) puede adquirir función amenazante con el consiguiente rechazo, si un experto en la materia con credibilidad para nosotros nos dice que es “venenosa”. Es más, posiblemente, si nos lo dice después de haberla ingerido, es harto probable que se nos acelere el corazón, nos empiecen a sudar las manos (respuesta de ansiedad) y hagamos esfuerzos por vomitar (respuesta operante de escape). Todo ello sin que jamás hayamos visto una seta como aquella, es decir, sin que hayamos tenido experiencia previa directa con las supuestas propiedades aversivas del hongo. Dicho de otro modo, sin que nos haya sentado mal en el pasado. El comportamiento simbólico, esto es, la capacidad de los humanos de comportarnos ante las palabras como si del hecho al que se refieren se tratara, hace posible que nos comportemos ante la seta como si hubiéramos entrado en contacto con la propiedad química de intoxicarnos.
Es fácil alcanzar a comprender la relevancia que debió tener este mecanismo de aprendizaje para la supervivencia de aquel reducido grupo de humanos que salió de África, atravesó el Mar Rojo pasando a la Península Arábiga y posteriormente al resto de Asia. Así, se fue afianzando la enseñanza del comportamiento verbal dentro del repertorio de conductas que los grupos de humanos enseñamos a nuestros descendientes para facilitarles su adaptación al medio. Y, de este modo, convirtiéndose en seña de identidad de nuestra especie.
Dougher M.J., Augustson E., Markham M.R. Greenway D.E., & Wulfert E. (1994). The transfer of respondent eliciting and extinction functions through stimulus equivalence classes, Journal of the experimental analysis of behavior, 62, 331-351.
Autoría original del artículo: Francisco Cózar de Quintana, Psicólogo Especialista Clínico.
3 Comentarios
Un placer leerte, como de costumbre Francisco.
Una cuestión, el hecho de querer vomitar, en el tema de la seta, me parece «escape» no evitación. Cómo lo ves. Un abrazo
Enrique
Tiene usted toda la razón Don Enrique. Gracias por la precisión, ya está cambiado en el texto.
Un saludo,
Fco.
Hola Kiko, soy Fernando,
Muy interesante tu artículo, debieron de sufrir nuestros antepadados desde hace 100000 años una ansiedad brutal, que es la llave para adaptarnos y tiene gran valor.
Y luego para lograr un cambio psicológico en la mente: transformación de funciones de estímulo se hace directamente exponiendose directamente o bien verbalmente escuchando vía lenguaje las experiencias desagradables de otros seres humanos, Gracias Kiko,
Un abrazo,
Luis Fernando Yusta Pascual