En la entrada del pasado 21 de junio abordábamos la naturaleza del comportamiento verbal a la luz de la teoría de los marcos relacionales como una respuesta relacional aplicable arbitrariamente, un tipo de comportamiento operante con algunas sigularidades. La más sobresaliente es el papel transformador del lenguaje sobre el mundo en el que vivimos sin necesidad de haberlo experimentado de modo directo. Expresado técnicamente decimos que lo verbal se caracteriza por la transformación de las funciones psicológicas sin contigencia directa previa.
No cabe duda de que las ventajas de la transferencia de las funciones psicológicas a través del lenguaje ha sido una de nuestras señas de identidad como especie, facilitando la adaptación a muchos de los ecosistemas del planeta y, en consonancia, permitiendo nuestra supervivencia. Poder relacionarnos con el mundo a través de palabras es francamente más seguro que hacerlo directamente con los hechos. Así, por ejemplo, expresar y manipular simbólicamente la combustión nos ayuda a entenderla y controlarla sin riesgo de quemaduras. A excepción del que tiene un mal profesor de química y acaba «quemado» (nunca mejor dicho) al no conseguir entender las reglas verbales en las que se basan la formulación y las reacciones de la Química.
Así pues, el comportamiento verbal altera el valor de las cosas en nuestra vida cotidiana. Hace posible que las cualidades psicológicas de los eventos se transfieran entre eventos sin necesidad de experiencia directa. Una persona que acabamos de conocer y por tanto no ha llegado a hacernos ningún mal, puede provocarnos temor si alguien de nuestra confianza nos dice que se trata de una persona peligrosa de la que no debemos fiarnos. Estaríamos respondiendo al desconocido en este caso en término de amenaza. En definitiva, el comentario acerca de la peligrosidad del individuo hace que experimentemos malestar en su presencia (transferencia funcional) y, tal vez, que le evitemos sin haber experiencia directa previa.
Es importante señalar que esto sucede a pesar de que desconfiar de alguien que no nos ha hecho ningún mal nos haga sentirnos en conflicto con nosotros mismos. Dicho de otro modo, no somos dueños de impedir que se transfieran las funciones psicológicas a través del lenguaje, lo que no significa que estemos obligados a actuar en una dirección (alejarnos y dejar de hablar a dicha persona) o en otra (no evitarle y esperar acontecimientos). Aspecto,que dependerá de nuestro grado de flexibilidad psicológica.
Supongamos que estamos interesados en cuidar nuestra salud cardiovascular y en este contexto motivacional, el médico nos dice que el pescado azul es bueno para el corazón. Dicha información puede influir para que elijamos dicho tipo de pescado frente a otros a pesar de que su sabor en principio no nos atraiga especialmente. Podemos decir que el pescado azul ha adquirido función consecuente de refuerzo y antecedente de estímulo discriminativo de la respuesta de elección y ello (esto es lo más sorprendente) sin que hayamos llegado a experimentar sus bondades para nuestro sistema cardiovascular. Esta es la misma razón por la que alguien que no quiere ganar peso elige un alimento con menos calorías a pesar de que jamás ha entrado en contacto directo con una caloría.
Por otro lado, las respuestas relacionales no son siempre en la misma dirección, es decir, no siempre son relaciones de igualdad (marco relacional de coordinación). Así, por ejemplo, en nuestro contexto cultural, en determinadas situaciones, una afirmación acompañada de un guiño da a entender a los presentes que se trata de una broma y que el hablante no dice en serio lo que acaba de pronunciar. Los oyentes respondemos a lo dicho en término de lo contrario ya que el guiño transforma arbitrariamente (por consenso de una comunidad socio-lingüística) lo dicho al quedar enmarcado como una respuesta relacional de oposición.
Se trata de un comportamiento adaptativo en la mayor parte de las ocasiones. Pensemos lo que sería si los niños no adquirieran miedo ante eventos peligrosos a través de las advertencias de los adultos y tuvieran que aprender la respuesta de temor siempre a través de experiencias directas con dichos acontecimientos.
Sin embargo, hay ocasiones en las que el lenguaje es responsable de que los eventos adquieren la propiedad de evocar malestar sin beneficio aparente. Imaginemos a alguien a quien se le ha dicho repetidamente que estropea todo lo importante. Es fácil que experimente miedo ante una situación valiosa (importante) para él, por ejemplo, hablar en público, sin que haya tenido malas experiencias en dicha situación previamente. La regla verbal transforma las situaciones valiosas en aversivas sin necesidad de haber fastidiado nada aún. Cuando la transformación funcional a partir de reglas verbales entra en conflicto con nuestros intereses (motivaciones) condicionando nuestras acciones y es un patrón estable y generalizado, se convierte en un serio problema, dando lugar diferentes trastornos psicológicos que requieren intervención especializada.
Autoría original del artículo: Francisco Cózar de Quintana, Psicólogo Especialista Clínico.