“El amor no es acerca de cuántas veces dices «Te amo», sino de cuánto haces para probar que es verdad”.
Cuando nos preguntamos acerca de nuestra pareja ideal a menudo describimos un físico, unas aficiones y unas cualidades concretas… que van a ser importantes. Que nos atraiga la persona físicamente y que lo que empecemos a conocer nos interese va a ser clave para estar dispuestos a comenzar a establecer una relación con alguien. Pero, ¿qué es lo verdaderamente importante para que una relación dure y sea de calidad? Lo que nos hace sentir bien y mantiene vivo el amor son los buenos tratos en la pareja. Es parte del motor para mantener viva la atracción y también la mejor receta para cultivar y mimar esa alianza mucho tiempo.
Hace poco leí un artículo que me gustó mucho y que precisamente hablaba del erotismo del buen trato, y decía “el buen trato no tiene límite y lo incluye prácticamente todo”. Es decir, desde percatarse de detalles como poner la mesa al que llega más tarde a comer hasta hablar de las diferencias personales con empatía y cariño. El buen trato es el valor que dirige nuestra conducta en las distintas interacciones y escenarios posibles.
Sin embargo, algo pasa cuando en muchas ocasiones estos cuidados están ausentes. Vamos por la vida con prisa, sin tiempo para nosotros ni para nuestras relaciones. Muchas veces desatendemos nuestro presente distraídos en nuestros ratos libres con obligaciones y monotonía. Esa presión y falta de atención no nos ayuda ni nos predispone para el buen trato de nuestras relaciones, generando, problemas de pareja y daño a nuestra autoestima.
Pero hay algo más que hace verdaderamente difícil esto. El concepto de amor que muchas veces aprendemos y que no se ajusta bien a la realidad y al funcionamiento de las relaciones interpersonales sanas. Me refiero al famoso amor romántico.
Se trata de un concepto construido culturalmente y que muestra un modelo de conducta amorosa a seguir. Describe y valora cómo son las conductas que implican “amor romántico” a pesar de que resulte llamativo que en muchas ocasiones son conductas que pueden no ir a favor del bienestar personal. Conlleva tolerar y justificar las conductas del otro aunque sean abusivas, poco respetuosas o dañinas.
Algunas creencias que se sostienen desde este tipo de amor son que el amor todo lo puede y lo justifica, que el amor duele, que hay que priorizar siempre por la otra persona en vez de por uno mismo,… y esto hemos podido aprenderlo en nuestra cultura no sólo a partir de modelos (nuestra familia, iguales, películas, televisión…), sino a partir del lenguaje (historias y novelas, narrativas, charlas,…). Un buen ejemplo de esto es el refranero español: “Quien bien te quiere te hará llorar”, “Amar sin padecer, no puede ser ”, “Dijo un sabio doctor que sin celos no hay amor”, etc.
Al final las personas vamos aprendiendo y relacionando entre sí una serie de valores y reglas en torno a cómo debe ser el amor, cómo amar y qué esperar de las relaciones, que pueden apoyarse en todas estas creencias y guiar nuestro comportamiento a partir de las mismas. Lo más llamativo de esto es que podemos llegar a comportarnos de forma que nos encontremos en situaciones que nos hacen sufrir, haciendo cosas que van en contra de nuestro bienestar o placer y sin embargo seguir manteniendo esto. Es como si estuviésemos atrapados. De alguna manera lo que acaba sucediendo es que nos adherimos completamente a ese valor de lo «romántico», ya que se ha instaurado como lo que es «bueno para mí y mi pareja», lo correcto. Y es tan potente, que puede llevarnos a permanecer en una relación o validar conductas del otro que pueden estar haciéndonos daño. Ahí está lo peligroso de comportarnos en torno a esto. Nos volvemos insensibles a lo que está sucediendo (las contingencias) y respondemos fieles a nuestras normas y valores, como si de una jerarquía se tratase. Esto es lo que en psicología se conoce como conducta gobernada por reglas.
En realidad, no todo vale en el amor ni éste es suficiente para estar en pareja. Es necesario sentir que nuestra pareja nos respeta y nos comprende. Sentir que nos demuestra empatía y le importamos, desde los grandes gestos a los pequeños detalles. Es importante poder sentirnos libres al lado de nuestro compañero y no coartados por el miedo. Que no nos completa sino que nos aporta. Sentir que hay una adaptación en las diferencias y a su vez aceptación de cómo somos. El cuidado y mimo hacia el otro, los buenos tratos se sitúan como una pieza clave en este puzzle amoroso de interacción interpersonal.
Es verdad que implican un esfuerzo y puede que en ocasiones pueda ser grande pero por suerte es algo que depende de nosotros y podemos cambiar en caso de necesitarlo. A amar también se aprende y lo único que se necesita es estar dispuesto a ello para comprobar después lo inmensamente gratificante que es.
Puede que necesitemos hacer tambalear los cimientos de ciertas ideas con las que no nos sentimos del todo identificados o a gusto y plantearnos si están condicionando demasiado nuestra felicidad en pareja para relacionarnos de manera sana. Es muy posible que tengamos que plantearnos ser más asertivos y en general comunicarnos de una manera más efectiva con nuestra pareja, poniendo límites en caso de ser necesarios y resolviendo conflictos con mimo y empatía.
Cada pareja y cada relación tiene sus fórmulas, sus acuerdos y caeríamos en un error pensando que solo hay una manera de “hacer las cosas bien”, de hacerla funcionar. La realidad nos demuestra que cada pareja es distinta y establece su propia interacción. Ésta es única y es mucho más que la suma de los dos y eso es lo verdaderamente bonito y especial. Todo este espectro de diferencia puede ser abarcado por el buen trato, ese valor que parte de la igualdad y del respeto y que acaba yendo mucho más allá del comportamiento, atravesándolo todo y dando paso al auténtico y buen romance.
Sara Villoria García – Psicóloga.
Boletín: Coeducación y mitos del amor romántico. Fundación Mujeres.
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