El título de esa nueva entrada sobre el lenguaje humano parafrasea a la profesora M. C. Luciano en su reciente artículo Evolución de ACT (Análisis y Modificación de Conducta 2016, Vol. 42, Nº 165-166, 3-14). Publicación que forma parte de un número monográfico que la revista Análisis y Modificación de Conducta dedica a hacer una puesta al día de las terapias de tercera generación, término controvertido para muchos, entre los que me encuentro.
Ya hemos hecho referencia en otras entradas de este Blog a las terapias de tercera generación. Se trata de un conjunto de enfoques terapéuticos surgidos en las últimas décadas, dentro del conductismo y que tienen en común la superación del modelo mediacional sobre el pensamiento y el lenguaje propio de las terapias cognitivistas.
Las terapias de tercera generación emplean los procedimientos basados en las leyes del aprendizaje ya consolidadas, así como otros recursos terapéuticos para intervenir sobre la cognición y el lenguaje. Pero en este último caso, dichas técnicas emanan de modelos teóricos relativamente nuevos. Siendo, sin duda, la Teoría de los Marcos Relacionales el principal referente teórico y conceptual que fundamenta dicho abordaje, destacando por su potencia explicativa y generadora de investigación.
Resulta obvio que los humanos empleamos símbolos mediante los que sustituimos la realidad cuando nos comportamos verbalmente, sin embargo esta observación no explica nada acerca del fenómeno en cuestión. Decir que el lenguaje humano es un comportamiento simbólico nos situa en el dilema de tener que explicar qué es un comportamiento simbólico. Estaremos avanzando en la explicación cuando conozcamos la historia de aprendizaje a partir de la cual surge, las leyes del aprendizaje que regulan la adquisición del comportamiento verbal, las variables de las que depende y, por último, el modo en que se generaliza de modo tan extraordinario. tan rápidamente, haciéndose presente en casi todo lo que hacemos.
El primer paso para entender en qué medida la teoría de los marcos relacionales arroja luz sobre el comportamiento que llamamos lenguaje es atender al elemento fundamental de la mencionada teoría: las respuestas relacionales arbitrariamente aplicables. Estas respuestas son propuestas como un nuevo principio del aprendizaje y sirven de base explicativa del pensamiento y el lenguaje. Es cierto que incorporar nuevos principios de aprendizaje es algo que siempre se realiza con extrema cautela y requiere de un amplio cuerpo de investigación que lo avale. Algo, en lo que los investigadores se han empleado a fondo, con resultados más que prometedores.
Las respuestas relacionales arbitrariamente aplicables son ciertamente complejas, así que conviene empezar por lo más sencillo. Todas las especies animales son capaces en mayor o menor medida de aprender a relacionar estímulos. Los analistas de conducta definimos operativamente el concepto relacionar como responder a un estímulo en término de otro estímulo presente en el contexto. Por ejemplo, un depredador hambriento puede no atacar una cría si está próxima la madre del mismo. El depredador estaría respondiendo en este caso a un estímulo, la cría, en término de otro estímulo, la proximidad de su madre. El fenómeno en cuestión se denomina discriminación condicional y ha sido objeto de estudio desde mediados del siglo pasado.
En las respuestas relacionanes arbitrariamente aplicables hacemos algo similar, pero de forma mucho más compleja. Respondemos a los estímulos, como las palabras, en término de objetos reales a los que representan. De hecho, representar sería precisamente esta respuesta relacional. Todo indica que se trata de la primera, pero no la única, respuesta relacional que aprendemos en el proceso de adquisición del repertorio de comportamientos que llamamos conducta verbal. El elemento crítico que marca la diferencia en este tipo de respuestas con el resto de respuestas relacionales es la relación de arbitrariedad entre los estímulos. Es decir, cuando nos comportamos verbalmente no relacionamos eventos a partir de dimensiones físicas o formales, por el contrario, dicha relación es construida arbitrariamente por la comunidad verbal. De este modo, en una frutería respondemos a esta fruta:
en término de “limón” si estamos en un país castellanoparlante o en término de “citron“ si estuviéramos en uno francófono, ya que distintas comunidades socio-lingüísticas así lo han convenido.
Como decía antes, las especies animales no humanas aprenden fácilmente a responder a un estímulo en término de una dimensión física de otro. De este modo, los individuos de muchas especies, tras unos ensayos de entrenamiento en el que se premia la respuesta correcta, aprenden a elegir (responder) entre varios objetos, aquel de mayor tamaño. Por ejemplo, aprenden a escoger entre dos monedas aquella de mayor tamaño, respondiendo por tanto a ambos estímulos en término de una dimensión física, el diámetro de las mismas. Los humanos somos capaces, además, de hacer algo que va más allá del fenómeno psicológico que acabo de describir, aprendemos a elegir la moneda de mayor valor. El aspecto diferencial es que la relación se establece en términos de una dimensión arbitraria, convenida socialmente, hasta el punto de que la de mayor valor puede ser la de menor tamaño. Respondemos (elegimos) a partir de una dimensión que nada tiene que ver con las propiedades físicas de los objetos (tamaño, peso, color, forma,…); su valor.
En todas las comunidades verbales, se enseña a los infantes a responder a las palabras en término del evento real y a los eventos en término de las palabras correspondientes. Todo indica que este entrenamiento bidireccional sistemático es la base de la emergencia de un comportamiento cualitativamente distinto: la respuesta relacional arbitrariamente aplicable. Cuando sucede, el mundo se vuelve verbal, lo verbal se convierte en una especie de red de fibra óptica a través de la cual nos empezamos a relacionar con el mundo, transformándolo. Ya no podemos sustraernos a ello, es como cuando aprendemos un nuevo idioma y no podemos dejar de entender lo que dos personas estén diciendo en esa lengua aunque sea comprometedor y no nos convenga. No tiene vuelta a atrás.
Este modo de operar en el mundo hace posible que los humanos nos relacionemos con los eventos sin necesidad de que estén presentes, algo tremendamente adaptativo y que, al mismo tiempo, puede convertirse en una inagotable fuente de sufrimiento y malestar cuando es mal gestionado.
La relación entre estímulos ha de cumplir varios requisitos para que pueda considerarse una respuesta relacional arbitrariamente aplicable. Una de ellas es la transformación de funciones que hace referencia al modo en que alteramos el valor de las cosas a través de las palabras. Pero esto es algo lo suficientemente importante para que le demos el protagonismo que merece dedicándole otra entrada en este blog.
Autoría original del artículo: Francisco Cózar de Quintana, Psicólogo Especialista Clínico.
3 Comentarios
[…] la entrada del pasado 21 de junio abordábamos la naturaleza del comportamiento verbal a la luz de la teoría de los marcos […]
[…] Hoy vivimos momentos de cambio francamente interesantes. Muchos investigadores están poniendo el acento de nuevo en emplear modelos teóricos robustos sobre los cuales diseñar técnicas de intervención en el pensamiento y el lenguaje. Bien utilizando los principios clásicos del condicionamiento pavloviano y operante (Froján, M.X, Núñez de Prado, M., & de Pascual R., 2017) dándole un nuevo enfoque explicativo a las técnicas cognitivas ya disponibles. Bien generando nuevos procedimientos de intervención a partir de la Teoría de los Marcos Relacionales (Hayes et al., 2006), a la que ya hemos hecho referencia en otras entradas. […]
[…] la especie humana, interactuar mediante el pensamiento con dicho estímulo o, dicho de otro modo, relacionarnos verbalmente con el […]