“Deja de esperar que la vida sea fácil y que alguien te salve. No necesitas otra persona que te mienta. No todo tiene sentido. Pero eres fuerte.”
-To the bone.
Hace unos días, vi una película que llevaba tiempo con ganas de ver: `To the bone´ (o `Hasta los huesos´). Se trata de la historia de una chica con un problema de anorexia que, tras intentos no muy exitosos de recuperación, se sumerge en una nueva intervención con un “doctor” con métodos aparentemente poco comunes. La película ha sido muy criticada y cuestionada por el tema que trata y detalles de esta intervención cuestionables, aunque personalmente, y a pesar de encontrar puntos delicados y poco cuidados en esta, si lo analizamos podemos ver que no está tan mal encaminada. Sin embargo, no es la historia en sí lo que más me gustó de esta película.
Desde el primer momento, la protagonista se resigna a su nuevo destino y, aunque parece estar sufriendo envuelta en su problema, en ningún momento verbaliza ni se muestra dispuesta a darse esa oportunidad de cambio, de probar. Una de las escenas donde esto se hace explícito es cuando su hermana le pide que le prometa que esta vez lo intentará (refiriéndose a esforzarse en la terapia), a lo que ella no es capaz de articular palabra. Y de esto trata esta entrada: del valor que tiene y lo que implica el estar o no dispuest@ al cambio, y cómo este va a ser un factor clave y decisivo en el curso de un problema psicológico.
Así como puede ocurrir ante un trastorno alimentario, pasa de igual manera ante una posible relación dolorosa, una adicción, un problema de depresión, un miedo muy intenso o fobia, etc. Hay múltiples maneras de comportarnos ante un problema psicológico, al igual que maneras de experimentar y relacionarnos con el mismo. Sin embargo, y a pesar de esta diversidad, en muchas ocasiones nos sentimos de una manera similar a la hora de enfrentarlo. A veces con miedo, a veces con angustia, a veces con dolor o vergüenza,… y puede que lleguemos a actuar como si no fuera algo importante, a reaccionar a la defensiva o negar el problema, a escoger el tradicional “más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer”,… a rechazar la ayuda. En definitiva, no estar dispuestos a tomar contacto con esa realidad y enfrentarla con lo que ello implica.
Una barrera muy frecuente que nos encontramos los psicólogos a la hora de trabajar es la dificultad y resistencia por parte del cliente a tolerar malestar. Es decir, a poder atravesar momentos de vulnerabilidad, ansiedad, miedo, soledad,… Y es que es una reacción muy humana la de no querer sentirse mal. Sin embargo, muchas veces optamos de manera automática por la evitación, como si fuera la única salida a nuestro problema. Como si fuera imposible avanzar en otra dirección. Lo cierto es que evitar a toda costa nos tiende la trampa de alejarnos de aquello que es valioso para nosotros y, poco a poco, va reforzando y afianzando nuestra inseguridad y sensación de no poder hacer nada más. Solo enfrentando de manera adecuada somos capaces de sobreponernos y atravesar nuestros problemas, de vencer el miedo o de darnos esa oportunidad al cambio que a veces tanto necesitamos.
A medida que vivimos vamos generando una historia autobiográfica cada vez más amplia y variada de experiencias. Algunas cotidianas, otras más relevantes. Poco a poco y una a una nos van moldeando y cambiando como si de plastelina se tratase, pasando por nuestra piel y condicionando así nuestro presente y comportamiento actual. No es de extrañar plantearnos el valor que cobran aquellas experiencias en las que uno lo ha pasado mal, en las que nos hemos sentido incapaces de resolver, en las que hemos sido invalidados,… Es un aprendizaje que proviene de la experiencia, de las contingencias. Como en la película, cuando sabemos que la protagonista ha estado en numerosas clínicas y, no sólo no fue algo efectivo sino que explicitan lo desagradable que fue el proceso. Al acudir de nuevo a otra intervención sus experiencias condicionaban su disposición a dar una oportunidad a la presente.
Otra manera que tenemos las personas de aprender y movernos por el mundo es a través del aprendizaje de normas y reglas. Son de gran utilidad y nos ayudan a ajustarnos a infinidad de circunstancias, con la ventaja de no haber tenido que colocarse en la experiencia de manera previa. Nos conectan incluso con lo que no está presente, pudiendo así anticipar, persistir, tolerar,… Sin embargo, pueden convertirse en una gran trampa en caso de no saber flexibilizarlas, ya que no siempre se adaptan a nuestro contexto. Y es que podemos estar sufriendo y, por influencia de lo verbal y aquello con lo que nos relaciona y pone en contacto, seguirnos ajustando a la regla a pesar de todo. Esto es lo que conocemos como conducta gobernada por reglas, que de alguna manera es como si nos hiciera insensibles a las contingencias de la situación, a que las consecuencias de nuestro comportamiento puedan convertirse en el motor de cambio. El gran reto que tenemos las personas es aprender a discriminar cuándo y cómo “separarnos” de la regla para modificar nuestro comportamiento y encaminarlo a lo que es importante o bueno para nosotros.
En la película, podemos observar cómo Ellen atraviesa momentos de mareos, debilidad y diversos problemas de salud que no tienen el peso suficiente en ella como para “hacerla reaccionar”, aunque de manera racional conociera el peligro que corría.
Al igual que el resto de personas, los psicólogos tenemos capacidad para influir en el comportamiento de los demás. En este caso, utilizando el espacio de sesión vinculando y creando alianza con ellas, tratamos de generar un contexto en el que, y a diferencia de en su día a día, sí manipulemos las variables de la situación y podamos así incidir en ellas moldeando y flexibilizando reglas, generando nuevas experiencias de éxito, escenarios de aprendizaje y afrontamiento… y, en definitiva, trabajando flexibilidad psicológica con la persona para su apertura a tomar contacto con el problema y su disposición real a exponerse, con lo que ello implica. A dar el paso de comprometerse con el proceso.
Sin embargo, y pesar de todo, puede ocurrir que la situación o la persona no permita que este trabajo pueda tener cabida o que nosotros, los profesionales, no alcancemos a lo necesario para que esta cierta flexibilidad pueda tener lugar. En ocasiones tan difíciles, y a pesar del riesgo que entraña muchas veces para la persona, respetar que la persona no esté dispuesta a pasar por ese proceso parece lo más razonable, y el recurso de dejar que las contingencias de la situación actúen por sí mismas parece la medida a la que recurrir. Esta es la posibilidad de que el contexto opere por sí solo, de manera que las contingencias sean tan intensas, las consecuencias tan presentes, que se produzca ese fenómeno que coloquialmente llamamos “tocar fondo” en el que la persona “se da cuenta” y toma contacto entonces con su problema y situación. Ese “click” que en situaciones así somos capaces de hacer y que funciona como motor de cambio. Es aquí cuando algunas personas se replantean la dirección que seguían y pueden empezar a aceptar ayuda.
Así ocurre en la película. Tras un proceso de altibajos, de trabajo psicológico en donde la protagonista vive experiencias en las que se expone a situaciones que no creía capaz de superar o vivir, de entrar en contacto con las consecuencias negativas de su situación, de conectar con valores personales, … sólo cuando está a punto de morir y no encuentra resistencia por parte de los demás, se siente responsable de su destino, cuando siente que se va a perder experiencias, cuando echa de menos, cuando su cuerpo parece empezar a fallar,… ocurre. Es ahí, y sólo entonces, cuando es capaz de relacionarse con el valor de todo esto. Y aunque ni mucho menos el mensaje a transmitir consista en que el cambio parta de que la persona llegue a semejantes límites, y teniendo presente que la película se plantea como una narración más de una historia y no una herramienta terapéutica, nos plantea una situación que en ocasiones tiene lugar. En casos extremos en los que la persona tiene tal resistencia y se encuentra tan atrapada en el problema, esta puede ser una situación que, a pesar de su crudeza y poca seguridad en ciertos casos, favorezca la toma de perspectiva, el contacto con su estado y el compromiso al cambio.
En este caso concreto, ese fue el momento de Ellen.
Sara Villoria García – Psicóloga.
López, E. y Costa, M. (2012). Manual de consejo psicológico. Madrid: Editorial Síntesis.