“Solo cuando el universo privado de una persona se hace importante para los otros es cuando se hace importante para ella”. –Skinner.
Con frecuencia, encontramos a nuestro alrededor multitud de personas con una queja recurrente: “es que no me entienden”, “no me comprende cuando le explico”, “no me siento entendido”, “parece que nunca tengo razón y que no debería sentirme como me siento”…
Sin dejar de reconocer que gran parte de estas dificultades están ampliamente relacionadas con una cuestión de habilidades de comunicación, la realidad es que el problema tiene más trasfondo de lo que parece. Estamos hablando, además, de un problema fundamental de validación emocional, algo que es importante entender de manera adecuada para poder disfrutar de las ventajas que aporta a la hora de movernos de forma adaptativa por un entorno social como el nuestro, además de otras puramente relacionadas con la construcción y enriquecimiento de nuestra identidad personal.
Cuando hablamos de validación emocional, nos estamos refiriendo a la capacidad de reconocer, dar por válido y posible lo que la otra persona está sintiendo. Por tanto, no implica sólo la puesta en marcha de algunas competencias básicas de comunicación como la observación, la escucha activa, la empatía y el reconocimiento positivo, sino además, la intención de recoger y respetar la experiencia emocional de otra persona.
Si cobra especial importancia en algún momento de la vida, como decíamos, este sería por excelencia la infancia y la adolescencia, pues se trata de un recurso fundamental implicado en la construcción de la identidad personal y la autoestima. Ya hemos comentado anteriormente en otras entradas algunas necesidades básicas de los menores en la infancia. Por necesidades emocionales no entendemos solamente las necesidades de amor y atención. Si bien este aspecto es importante, más aún lo es que sus percepciones y sentimientos hayan sido, en su mayor parte, aceptados y valorados, en lugar de ignorados y negados. Cuando lo que tiene lugar durante el desarrollo es ésto último, estaríamos hablando de invalidación emocional, y si se da con frecuencia (o incluso en interacción con otras circunstancias), puede llegar a implicar la aparición de futuras dificultades a nivel psicológico e incluso el desarrollo de algún tipo de trastorno más grave, como por ejemplo el trastorno límite de la personalidad.
Veamos un ejemplo de invalidación emocional para poder entender mejor de qué estamos hablando: Unos padres están discutiendo. La hija tiene miedo, y pregunta a su padre: “¿Por qué estáis enfadados?”. El padre responde “no estoy enfadado”, pero realmente está mostrando signos de enfado. Ante esto, ahora la hija se siente confundida, algo más inquieta y dice: “pero yo te he oído gritar”. El padre responde, enfadado: “¡Ya te he dicho que no estoy enfadado, pero si sigues así sí que me voy a enfadar!”. Ahora la hija siente miedo, confusión, enfado y culpa. Su padre le ha transmitido que sus percepciones son incorrectas. Pero si eso es verdad, ¿de donde provienen los sentimientos de miedo de la niña? Ahora la niña debe elegir entre saber que tiene razón y que su padre no le dice la verdad, o pensar que ella se equivoca en lo que oye, ve o siente. A menudo, se conforma con la confusión y deja de expresar sus percepciones para no tener que experimentar la contrariedad ante la invalidación. Cuando sucede así de manera repetida, se va deteriorando la capacidad de la niña para confiar en sí misma y en sus percepciones, tanto en la niñez como en la edad adulta, especialmente en las relaciones cercanas.
Adecuar el lenguaje que utilizamos a una descripción ajustada de lo que está sucediendo facilita el proceso de validación emocional.
De cara a la vida adulta, practicar la validación emocional nos va a permitir mantener relaciones personales profundas y de calidad, al poder comprender mejor las necesidades de las personas que nos rodean, así como defender y transmitir de una manera más ajustada las nuestras. También se dará un aumento de confianza en el otro, al haber podido comprender mejor su experiencia.
Auto-validarnos, es decir, permitirnos “conectar” y reconocer lo que estamos sintiendo, es el primer paso para que podamos gestionar adecuadamente esa emoción. La exposición a nuestras propias reacciones fisiológicas y/o emocionales facilita que disminuya la intensidad emocional y se regule nuestra la activación.
Recordemos que tratar de evitar entrar en contacto con emociones desagradables sólo da lugar a un efecto rebote, haciéndose éstas más presentes.
Asimismo, como decíamos anteriormente, auto-validarnos nos va a permitir seguir enriqueciendo nuestra propia autoestima, pues estaríamos dando valor a nuestras experiencias privadas (lo que sentimos, lo que pensamos, lo que opinamos), independientemente de que después actuemos en una u otra dirección. Perfiles con baja autoestima con frecuencia dejan de lado sus propias percepciones para poner por delante las de otras personas, lo que a la larga se traduce en un debilitamiento de la propia identidad (de su “yo”). Contactar con lo que sentimos, es el primer paso para conocernos mejor.
Autoría original del artículo: Marina Bazaga Santorio, Psicóloga General Sanitaria.
5 Comentarios
Un artículo puro «oro». Felicidades, Marina.
Muchas gracias Enrique, es todo un honor saber que te ha gustado. Me alegra mucho. Un saludo 🙂
Gracias. Me ha gustado mucho leerlo.
Muchas gracias por este artículo.
Enhorabuena Marina por un artículo tan completo! Me ha encantado cómo lo has desarrollado. También me gustaría preguntarte si validar o invalidar una emoción afecta también a nuestro autoconcepto? Gracias ??